Las corridas de toros en España son mucho más que un espectáculo: son un ecosistema vasto que se extiende mucho más allá de la arena bañada por el sol de la plaza.
Durante siglos, la tauromaquia se ha entretejido en el tejido de la vida española, sosteniendo medios de vida, moldeando comunidades y alimentando debates apasionados sobre su lugar en la economía moderna. Como periodista que ha cubierto este mundo desde las ganaderías del campo hasta las gradas abarrotadas de Sevilla, he visto de cerca cuán profundo es su alcance. Pero con su futuro cada vez más cuestionado, vale la pena preguntarse: ¿qué aporta realmente el toreo y a qué costo?
Un pilar de empleos y tradición
Los números cuentan una historia convincente. La industria taurina genera unos 4.500 millones de euros anuales en España, según la Asociación Nacional de Organizadores de Espectáculos Taurinos (ANOET). Desde los ganaderos que crían al majestuoso toro bravo hasta los toreros que arriesgan sus vidas, el sector emplea a decenas de miles de personas —algunos dicen que hasta 200.000 si se cuentan los empleos indirectos como los sastres que confeccionan los vistosos trajes de luces, los vendedores de entradas o los camareros que sirven cañas fuera de la plaza—. En zonas rurales, especialmente en Andalucía y Castilla-La Mancha, el toreo no es solo un referente cultural: es un sustento.
Tomemos el pueblo de Ronda, donde una vez conocí a un ganadero llamado Antonio, cuyas manos curtidas trazaban el linaje de sus toros cinco generaciones atrás. “Sin esto”, me dijo, “las tierras de mi familia estarían vacías y yo estaría apilando estanterías en Madrid”. Luego están las fiestas —piensen en los Sanfermines de Pamplona o las Fallas de Valencia—, donde los eventos taurinos atraen a millones de turistas, inyectando dinero en las economías locales. Para sus defensores, esto no es solo economía; es identidad, un hilo que conecta pasado y presente y que ningún balance puede capturar del todo.
El costo de los fondos públicos
Sin embargo, los críticos ven otro balance. Señalan las subvenciones que sostienen la industria: fondos públicos que, solo en 2023, superaron los 500 millones de euros en toda España, destinados a mantener plazas, apoyar a los criadores o promover eventos. En un país que aún lidia con los costos de la sanidad y el desempleo juvenil, los opositores argumentan que ese dinero podría invertirse mejor en otra parte. “¿Por qué los contribuyentes deben financiar una tradición agonizante?”, me preguntó una joven activista frente a Las Ventas en Madrid, con su pancarta que rezaba “No más toros”. Es una pregunta justa. La asistencia ha disminuido —un 30% en la última década, según informes del sector— y muchas plazas quedan medio vacías fuera de las grandes ferias.
También está la paradoja del turismo. Si bien el toreo atrae a algunos visitantes, otros se alejan, repelidos por lo que consideran un cruel anacronismo. Ciudades como Barcelona han apostado por este cambio, priorizando a Gaudí y las tapas sobre los toros. Los detractores dicen que el argumento económico está sobrevalorado: España podría redirigir esos millones a sectores con mayor aceptación y una conciencia más limpia.
Pesando la balanza
Entonces, ¿cuál es el equilibrio? Para sus defensores, el toreo es un motor cultural que sostiene empleos y tradiciones que desaparecerían sin él. He caminado por ganaderías polvorientas donde el toro bravo vaga libre hasta su día en el ruedo, un contraste marcado con las granjas industriales que alimentan a la mayoría de nosotros. Hay una nobleza rústica en esa vida que no puedo evitar admirar. Sin embargo, los críticos tienen razón: en una era de presupuestos ajustados y valores en evolución, depender del dinero público para mantener viva la fiesta se siente cada vez más insostenible.
El ruedo siempre ha sido un lugar de apuestas altas, pero ahora el riesgo se extiende más allá de la muleta del matador. ¿Puede el toreo adaptarse —tal vez con formatos menos letales— o se desvanecerá en la memoria, preservado solo en fotos sepia y los versos de Lorca? Mientras suenan los clarines y las puertas se abren, España enfrenta una elección: redoblar la apuesta por este legado o invertir en un futuro menos atado al pasado. ¿Qué opinas tú? ¿Sigue siendo válido el argumento económico o es hora de dejar descansar al toro?